Decoración 

Cien por ciento Azcue

Al pie de las Sierras de Tandil, y sobre una pared de piedra que protege del viento del sur, se levanta la casa que siempre anhelaron Juan Azcue y su […]

Al pie de las Sierras de Tandil, y sobre una pared de piedra que protege del viento del sur, se levanta la casa que siempre anhelaron Juan Azcue y su mujer Gabriela.

La familia Azcue fue asidua visitante de las Sierras de Tandil. “Cuando Juan y yo nos casamos decidimos que queríamos construir una casa para nosotros y los hijos que vendrían en este campo, llamado La Nativa” recuerda Gabriela Reston desde Italia, una tarde calurosa en Buenos Aires, pleno invierno del otro lado del Atlántico. Aunque hubo conversaciones e incluso algunas ideas en firme, el proyecto se fue dilatando por diferentes razones. “Durante los casi 25 años que estuvimos casados fuimos recorriendo cachivacheros, casas de cosas viejas y de antigüedades, en busca de muebles u objetos que nos enamoraran”.

Así fueron guardando sus hallazgos en bauleras propias, y luego en las de los amigos. “Finalmente, el proyecto terminó, como era de suponer, en manos de Juan, que si bien no había completado su carrera de arquitectura tenía las armas suficientes para llevar a cabo su idea más querida y ambiciosa: la casa para su familia, en ese sitio que era su lugar en el mundo”, revela.

La premisa era que desde el exterior la vivienda se presentara como los típicos galpones de campo. “No queríamos que el proyecto desentonara ni compitiera con las sierras y el paisaje mismo, porque por otra parte siempre hubiera perdido la partida”. Sin embargo, una vez atravesada la puerta, que sorprendiera “por sus objetos, en muchos casos opuestos, pero unidos por un hilo conductor invisible. Texturas, materiales, épocas diversas con un denominador común: la simplicidad”.

Frente a la chimenea, muebles con historia y lámparas de chapa plateada de Azcue.

Mesas de centro hechas con antiguos pallets de ferrocarril. A la izquierda, sofá Curvo de Azcue tapizado con género de Bozart. Asiento Nativa, también del diseñador, y sillones en terciopelo marrón y rama de sauce lustrados en negro. La mecedora acompañó la infancia de Juan y las dos sillas materas fueron regalo de su mujer.

Mesas de comedor con estructura metálica y ruedas; al fondo, ropero de campo de pino, arcón con vasos de Gres y una colección de rompenueces de madera. Las sillas son de distintos modelos y materiales. Ilumina cada mesa la lámpara de pie Nativa (Azcue). En el detalle, una colección de palos de amasar y, debajo, otro arcón que se utiliza como caja de herramientas. Al lado, mesa de chapa con bandeja de cobre y retamas de la zona.

En la cocina se usaron muebles de líneas puras y maderas claras. Dos puertas en cada extremo: la azul lleva a la despensa y la verde, a un cuarto. El juego de cacerolas de esmalte amarillo tiene una historia: “es de la marca Arabia, de Finlandia, y fue un regalo de casamiento. Nos pareció increíble cuando lo recibimos. Inmediatamente lo guardamos para la casa del campo” cuenta Gabriela. Pero la casa se demoró casi 28 años.

Orientado al sur, este dormitorio tiene dos camas que pueden convertirse una. Los cuadros son carpetas de hilo bordadas hechas por la madre de Gabriela. Una silla de Malaca antigua acompaña a cada cama, con sus acolchados grises.

La bacha del baño es un bebedero de hacienda hecho especialmente. Espejos populares tallados y boleadoras de granito.

Un pasillo une el baño del subsuelo con el dormitorio. El lavatorio con espejos dorados a la hoja hace las veces de pequeño office. A la derecha un ambiente funciona como dormitorio comunitario con un sofá de casi seis metros de largo, y otro de dos al fondo. De noche se transforman en cuatro camas. Uno de los cuadros guarda una faja que perteneció al padre de Azcue, en color marfil y negro con dibujos; el otro es una fotografía del reverso de la faja. Hacia adelante, mesa de centro Componible formada por tres mesas centrales unidas asimétricamente con otras dos a los extremos, que están sueltas pero calzan y apoyan sobre las otras. Candelabros altos de madera y retrato en grafito de 1966 firmado por Juan Azcue.

Vistas del campo y las galerías de la casa, “atrevidamente, pintadas de color naranja”, dice Gabriela. En una de las imágenes, lote de cebada cervecera, y en otra uno de los lindos arroyos que tiene La Nativa. La puerta principal es sencilla y sin pretensiones, como las interiores. Un farol de carro antiguo, un tronco viejo hace de macetero, un sapo verde augurando prosperidad, y Mío que con sus casi 13 años recibe alerta a los visitantes.

“Juan no llegó a ver la casa terminada. Estaba la carpintería puesta, el cañón terminado y el piso de cemento alisado listo también, de acuerdo a su diagramación. Fue un enorme desafío terminarla sin él, conociendo su nivel de exigencia. Estamos felices con el resultado final. Nos gusta. Confiamos en que Juan, desde donde esté, apruebe y esté orgulloso”.

Texto Débora Campos

Fotos Daniela Mac Adden

 

 

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