EDICIÓN Nº 177  Entrevistas 

Rituales para una arqueología del presente

Catalina Swinburn es una artista visual de origen chileno que vive entre Buenos Aires, Santiago de Chile y Londres. Sus instalaciones recorren el mundo cuestionando, desde una posición femenina y […]

Catalina Swinburn es una artista visual de origen chileno que vive entre Buenos Aires, Santiago de Chile y Londres. Sus instalaciones recorren el mundo cuestionando, desde una posición femenina y provocadora, las fronteras de espacio y tiempo.

¿Cómo explicaría Catalina a su bisabuelo, Enrique Swinburn (1859-1929), célebre pintor paisajista romántico chileno, su arte? Cuarta generación de artistas, el abuelo también fue arquitecto, su padre también es un conocido arquitecto, y su madre, pintora e interiorista. Tal vez influida por colegas como Marina Abramović, Gilbert and George, Ai Weiwei y Rebecca Horn, siempre se involucró como presencia en su obra y en relación con el público. Su última producción atraviesa múltiples medios y procedimientos: recorta libros, mapas y partituras antiguas para, con técnicas de origami, realizar tejidos de papel. Con ellos construye capas rituales que ella misma usa en performances que luego fotografía, y a veces imprime sobre grandes bloques de mármol.

Esta crisis interpela temas que atraviesan tu obra: las rupturas y continuidades en la historia, las fronteras…  

En esta contingencia gran parte de mi producción se resignificó. También el espectador pudo conectar desde un lugar más cercano. Me interesa que mis obras parezcan hallazgos arqueológicos de un presente forzado a ser reconocido como vestigio de una memoria averiada. La regeneración de estos relatos manifiesta un sentido de urgencia y un modo de resistencia, e invitan a un diálogo cultural. Justo Pastor Mellado, mi curador, dijo que enfatizan el momento de una catástrofe cultural: la destrucción de un libro equivale a la demolición de un edificio. Uno de los libros desmantelados contiene la partitura de Aída, la ópera de Verdi, y sella una cierta idea de la sentimentalidad que deja ver la trama subterránea del poder. Siempre me gustó la dualidad de algo bello que esconde un mensaje subliminal. Es casi un acto hereje o terrorista destruir esta documentación; pero la obra intenta presentar estas problemáticas e interrogantes desde el espacio de reflexión del arte.

¿Cuáles son tus influencias? 

Los rituales siempre me interesaron. Persigo rescatar rituales ancestrales relacionados con lugares sagrados y memoria originaria, y llevarlos a mi propia exploración. La obra se presenta entonces como un bricolaje sincrético, un intento de reconciliar doctrinas, de transculturización y mestizaje, unión de lo sagrado y secular. En ese sentido mis obras tejidas expresan la preocupación de las mujeres por la tradición cultural y la transmutación. El tejido siempre ha sido un discurso alternativo. 

El momento de la realización parece requerir un comprometido trabajo en equipo, ¿cómo se desarrolla? 

Siempre he sido consciente de que las grandes tareas se hacen en equipo. El trabajo a grandes rasgos, se desarrolla en etapas: búsqueda de material, libros, documentos. Luego, selección según propuesta de la obra. Este proceso toma semanas ya que hay que desmembrar los libros en su totalidad y agrupar las páginas según el criterio. Luego viene el proceso de corte, tejido, armado final del paño, diseño y soporte de colgado, más el colgado y armado de la obra. Trabajamos de forma paralela en varios proyectos, lo que nos permite avanzar de forma más ágil, e ir aprendiendo sobre y con cada obra algo nuevo. Cada obra toma un tiempo promedio de seis a ocho semanas de trabajo.

Has manifestado creer en la capacidad transformadora por el arte, ¿cómo esperás que suceda?

El arte debería servir a los propósitos de su tiempo y funcionar siempre como activista de la conciencia. Al utilizar el tejido como metáfora de resistencia, estas obras en papel nos acercan a nuestra identidad cultural. Las esculturas entrelazadas, resultado de un proceso de trabajo manual sistemático, están hechas para ser usadas como investiduras y se convierten en una frágil armadura, ligera y pesada, que se coloca sobre hombros femeninos como una metáfora de resistencia. Estas narraciones tejidas se podrían considerar como una sustitución de la palabra, para que el tejido pueda representar lo que las palabras no pueden decir.

Texto: Pablo Sáez.

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