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La naturaleza humana

Atriles / Alexandra Kehayoglou Texto: Marina Gambier Fotos: Francisco Nocito Joven artista argentina casi desconocida en el ambiente local, Alexandra Kehayoglou creció entre las alfombras que sus abuelos empezaron a […]

Atriles / Alexandra Kehayoglou

Texto: Marina Gambier

Fotos: Francisco Nocito

Joven artista argentina casi desconocida en el ambiente local, Alexandra Kehayoglou creció entre las alfombras que sus abuelos empezaron a tejer a mano hace 70 años, cuando, siguiendo la tradición de su Grecia natal, fundaron una firma textil que en Argentina es sinónimo de calidad. Alexandra supo ver la grandeza de ese legado y continuarlo a su manera. Estudió artes visuales, pero la pintura no ofrecía el espacio suficiente para volcar sus verdaderos intereses, así que tomando algunas técnicas antiguas del tejido pero reutilizando lanas de descarte, empezó a crear una serie de alfombras y tapices que expresan su pasión por la naturaleza y el arte textil. Sin olvidar las manos de sus abuelos, logró desarrollar una estética propia y de un profundo contenido social, porque en cada tejido denuncia la destrucción del paisaje nativo.

«Nuestras alfombras están realizadas en lana, un producto totalmente natural y renovable que proviene de las ovejas que se alimentan de los pastizales» explica, y de ahí el nombre de su obra emblema, una alfombra de gran tamaño que reproduce el verdor salvaje de las praderas que cubrían la extensa pampa argentina, una tierra que el ser humano ha ido transformando. Su nombre levantó vuelo internacional cuando en 2015 el diseñador belga Dries Van Noten le encargó para la presentación de su colección en Parí­s una alfombra de  50 metros con la que vistió la pasarela. «Crecí en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, rodeada de mucho verde. Desde muy chica aprendí­ a valorar a la naturaleza. Hay algo instintivo en todo lo que hago. Las alfombras que tejo hablan de diferentes paisajes, territorios que quiero preservar. Es la manera que encontré para inmortalizarlos» dice esta mujer menuda pero de una fuerza espartana.

Empezaste por las pasturas pampeanas, ¿qué representan para el medio ambiente y dentro de tu obra?

Creo que los pastizales -al igual que otros paisajes- son territorios que construyen nuestra identidad. Como artista me parece importante rescatar determinadas topografías y complejizar la visión que tenemos sobre ellas. El pastizal es el ecosistema de la pampa argentina. Una superficie de la que queda muy poco, por la soja y por la sobre explotación que se ha hecho de la tierra en las últimas décadas. La fauna habitante de ese ecosistema fue desapareciendo. La mayoría de los habitantes de la zona, y de todo el paí­s, desconoce esta realidad. Tejerlos es mi manera de darle visibilidad a una realidad que, por diferentes motivos, se omite. Desde mi lugar, siento la necesidad de generar conciencia en torno a la incidencia que tenemos los seres humanos sobre el medio ambiente.

¿Cuánto tiempo toma y que exigencias fí­sicas implica hacer una alfombra o tapiz de estas dimensiones?

Se trabaja con todo el cuerpo, hay un desafí­o fí­sico importante. Muchas combinaciones de colores, que siempre cambian. Cada proyecto y cada obra es un camino nuevo. Si bien pude armar un buen equipo de trabajo, para poder crecer en la escala, el trabajo, la puntada es tan í­ntima que hay que estar siempre en el detalle. En el estudio somos más de 10 personas.

Antes de dedicarte al arte ¿qué rol tenías o esperaban que tuvieras dentro de la empresa familiar?

Trabajaba en el departamento de diseño, mi tarea consistí­a en diseñaar patrones para alfombras comerciales, pero también desarrollar el proyecto del laboratorio que abría El Espartano a la comunidad artística. Lo que más disfruté fue trabajar en la fábrica conociendo los procesos de producción de las alfombras. Si bien esas alfombras son industriales, hay un componente muy artesanal que siempre me interesó.

¿Qué peso tiene dentro de tu proyecto personal el oficio y la tradición familiar?

Me crié en una familia donde la tradición textil se ha conservado por más de tres generaciones. En 1926 mis abuelos cruzaron el Atlántico y fundaron la fábrica de alfombras El Espartano. Ellos supieron transmitir a toda la familia el conocimiento y el amor por este oficio ancestral. Yo trabajo haciendo uso de ese conocimiento genético para devolverle a la alfombra su lugar en el arte porque son piezas de arte. El medio textil es para mi no solo un planteo estético sino también algo necesario e inevitable. Es una tradición que viaja en una línea familiar, es información genética que se adapta al contexto. Me gusta verlo así­. El conocimiento va evolucionando con cada generación, por lados nuevos. Creo que devolverle a la alfombra su lugar tiene que ver con mi aporte a esta línea familiar.

Has ganado premios y reconocimientos afuera, ¿cuál es tu nuevo proyecto?

En diciembre estará representando a la Argentina en la Trienal que tendrá lugar en la National Gallery de Victoria, Melbourne, Australia. La instalación textil que voy a presentar está basada en un trabajo de campo y análisis sobre la posible desaparición del lecho del Rí­o Santa Cruz, uno de los últimos ríos glaciares inexplotados de la Patagonia que conecta la cordillera de los Andes con el océano Atlántico. El objetivo de este ejercicio es documentar los paisajes que hoy se encuentran amenazados y redescubrir la flora y fauna autóctonas que luego se verán sumergidas. Creo que el arte puede hablar sobre estos temas en otro nivel, no se trata solo del registro de una topografía. Lo que me interesa es la posibilidad de ofrecer una perspectiva diferente.

 

* Agradecemos a Luz Marchio la colaboración para la realización de esta n

ota.

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