Decoración
Con un savoir vivre personal
Más de tres décadas después de sus primeras obras en Punta del Este, el nombre de Diego Montero es una marca registrada. Aquellos primeros proyectos, diseñados y gestionados desde Buenos […]
Más de tres décadas después de sus primeras obras en Punta del Este, el nombre de Diego Montero es una marca registrada. Aquellos primeros proyectos, diseñados y gestionados desde Buenos Aires en la década de los ochenta, se parecían entre sí. “Casi todas pequeñísimas, rústicas y elementales, pero con un sentido del lugar y del savoir vivre muy personal y característico que poco a poco fue ganando cultores y adeptos” señala.
Aquellas casitas se multiplicaron y aportaron identidad al pueblo. Mientras se instalaba definitivamente con su familia en Manantiales, se sucedían de tal modo que ahora es prácticamente imposible hacer más de dos cuadras, desde el puente de La Barra hasta la Laguna Garzón, sin cruzarse con alguna.
“Soy diseñador. No hay desconexión alguna entre esa actividad y mi persona. Y no es solo arquitectura, es una curiosidad constante por lo que me mueve, mis sensaciones y proyección hacia adelante: humanidad, música, historia, técnica, literatura, poesía, la generación beat argentina, plástica, formas de vida, África, Oriente, Latinoamérica, como lo vivo…”, cuenta desde su rincón esteño, un rato antes de preparar el almuerzo familiar.
Hoy la obra convocante es su propia casa. “Está en Santa Mónica, antes de cruzar el puente de la laguna de José Ignacio, junto a las casetas de los pescadores, sobre el agua”. Recuerda que llegaron hasta ahí buscando independencia, contacto con la realidad, el clima y el mar. El rancho ya estaba ahí y Montero, fiel a su filosofía, lo intervino: “Lo simplifiqué al máximo. Living, comedor, cocina y galería en planta alta con vista a 360 grados, y dormitorios más protegidos en la planta baja. Es como un barco navegando la tormenta o un refugio de sombra en un día soleado. Lo acogedor se debe a que está hecho para vivirlo. El sillón redondo donde nos tiramos todos a hablar o a mirar una película y nos quedamos dormidos; los cuadros y esculturas nuestras y ajenas elegidas porque les encontramos un sentido en nuestra ideología, y principalmente alegría”.
Diego Montero diseñó un sillón redondo para una mesa vintage de 3Mundos. Asiento de Sergio Rodríguez, lámpara de Ross Lovegrove, alfombras de Marruecos y otras de Ricardo Paz. El cuadro es de Sebastián Mederos; la escultura de Alejandra Hoeffner y la escultura roja de Jorge Blanco.
Cuadro de Aldo Cattivelli cerca de la escalera. En el comedor, una alfombra marroquí de 3Mundos La Barra, lámpara de Louis Poulsen, sillas One de Konstantin Grcic, escultura de alambre titulada “Perro muerto”, escudo redondo y columna pintada por Laura Sanjurjo. Las esculturas negras son de Montero, mientras que la foto de un corazón es de Marc Qinn y el cuadrito de líneas negras de Páez Vilaró. Completan la escultura de madera de Pichona Salaverry y la mesa de “lo de Mauricio”, La Barra, sobre la que se encuentra un centro de Pol Potten.
En el dormitorio principal, banco de Sergio Rodríguez, cuadro de Páez Vilaró y otras obras de Llorens junto a una mesa y cama con baldaquino de 3Mundos. La manta Pendelton y, al fondo, roperos de madera recuperada de canela brasileña y machimbre. El piso de lajota brasileña y alfombra art deco marroquí de 3Mundos. La biblioteca fue diseñada por Montero en el pasillo que lleva a los cuartos de las hijas con tinta “bañista india” de su abuelo Adolfo Montero y López Aparicio. Grabado del pintor sueco Anders Zorn, máscara africana, un gato “Ángeles” y serigrafía comprada en Miami.
El patio tiene piso de granito de la zona. La entrada de la planta baja se encuentra hacia la derecha, mientras que al frente se localiza la escalera que conecta a la planta alta. La colección de macetas es importada de Birmania.
Una superficie de doce metros de largo se va transformando en mesada, desayunador y luego mesa de trabajo. En el fondo de la cocina, depósito, alacena, vajillero y heladeras. “La elección del verde busca dar profundidad desde el living, que es todo blanco”, apunta Montero. La escultura es de Lola Puig; el cuadro de Aldo Cativelli y las sillas altas, una reinterpretación estirada de Alberto Haberli.
Desde el deck la vista alcanza a La Juanita y a José Ignacio. “La playa cambia constantemente con las crecidas y desagües de la laguna. Es un paisaje en movimiento” explica. La galería mira hacia el norte. Un sillón bajo diseñado por el arquitecto, vasos de colores de su madre sueca y estructura de hierro galvanizado pintado de blanco con tensores para protegerse de los vientos.
TEXTO DEBORA CAMPOS
FOTOS ARQ. DANIELA MAC ADDEN