Arte 

Arte y Joyería, un lenguaje en común.

Hija de una fotógrafa y un veterinario rural, pasó su infancia en el campo donde se fue formando el universo orgánico del que, años más tarde, surgiría su trabajo como […]

Hija de una fotógrafa y un veterinario rural, pasó su infancia en el campo donde se fue formando el universo orgánico del que, años más tarde, surgiría su trabajo como artista. Paloma Mejía comenzó sus estudios de artes visuales en el IUNA y luego se licenció en curaduría y gestión de arte en ESEADE, pero fue en París donde decidió instalarse por tres años para crear joyas que son esculturas y hoy son la marca registrada de su firma.  “La joya es el primer objeto artístico en la humanidad y representa el amuleto, la pertenencia, el adorno del cuerpo, la belleza. Para mí es muy poético porque en su finalidad entra el sujeto, que le aporta su propio bagaje cultural, emocional, estético. En lo personal, cuando hago joyas, las trabajo con la misma técnica que mis esculturas de mayor escala” cuenta Paloma.

 

 

¿Cómo comenzó tu vínculo con la escultura? 

Cuando estudiaba Bellas Artes, y se profundizó en un viaje a París donde visité una tía abuela que también hacía escultura y joyería. Ella me mostró la técnica de la cera pérdida y me presentó un joyero que me inició en el oficio.

 

¿Cómo decidiste que querías hacer joyas que son esculturas?

Casi todos los artistas modernos han realizado joyas, es un nicho muy poco conocido dentro de la historia o el mercado del arte. Yo empecé a buscar información al respecto cuando necesitaba explicar a galeristas u otros artistas lo que estaba haciendo, y me encontré con un universo. La joyería como continuación de la escultura, como medio para una obra de arte, tiene muchísimo sentido. Para mí son miniaturas que tienen el plus de estar pensadas para ser llevadas sobre el cuerpo. Eso rompe con los formatos tradicionales de la escultura y le suma una nueva posibilidad: tiene una cuestión corpórea y sensorial que muchas veces se pierde cuando está expuesta, ya que no se puede tocar. En la joya se recupera esa experiencia sensual con el objeto.

 

¿Con qué materiales preferís trabajar?  

Me siento muy cómoda trabajando con cera, es un material que me permite modelar con las manos y dejar mi huella sobre la pieza. Es muy plástica. Las esculturas más grandes en general las fundo en bronce y las joyas en plata u oro. Todo el trabajo en metal posfundición también me resulta muy interesante, es un universo de alquimia y oficio apasionante.

 

¿Cómo fue la exposición en París, en la que participaste? 

“Living-Room” fue una exposición en el espacio de Julio artist-run-space. Junto a Cecilia García Riglos exhibimos collages, objetos, esculturas y joyas. Se dio algo muy lindo porque nuestras obras dialogan bien, nos encontramos en lo profundo y resurgimos juntas, con una obra potente y comprometida. Ambas trabajamos en torno a la representación del cuerpo humano y la exploración de la sexualidad. También invitamos a otras artistas argentinas a participar en actividades complementarias, a Tatiana Becco a leer historias, a Y.A.R.G.O a cantar, a las Maguas Tarot a hacer una tirada y a Anto Agesta a hacer ilustraciones tarotistas. Se creó un espacio íntimo, sensible. Tuvimos una devolución muy buena de parte del público.

 

¿Has realizado alguna muestra durante este año?

En marzo lancé “Uno barra uno”, un proyecto donde invitaba a artistas visuales contemporáneos a realizar joyas inspiradas en sus obras. En esa primera edición colaboré con César Núñez, un gran artista santafesino que trabaja en torno al cosmos y al espacio exterior. Eran todas piezas únicas y estaban firmadas por el artista. Por último, volví a París a principios de abril y trabajé en dos series diferentes, explorando un lado más performático: por un lado, construí unos trajes-armaduras de animales; por otro, trabajé en una botánica inventada donde construí flores surrealistas que imaginaba habían sido gestadas dentro de mi cuerpo. Por otro lado, en mayo participé de “¿Cuánto pesa el amor?”, curada por Daniel Fischer en el Centro Cultural Recoleta, con más de sesenta artistas que reflexionaban en torno al amor. Con enormes filas para entrar todos los fines de semana.

Texto: Jimena Sampataro

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