Edición N° 196 

Esculpir lo abstracto

Entrevista a Pablo Atchugarry   Diálogo exclusivo con el artista uruguayo, uno de los escultores latinoamericanos más reconocidos en el exterior, distinguido por sus obras de gran tamaño, con líneas […]

Entrevista a Pablo Atchugarry

 

Diálogo exclusivo con el artista uruguayo, uno de los escultores latinoamericanos más reconocidos en el exterior, distinguido por sus obras de gran tamaño, con líneas orgánicas y espacios vacíos, en las que explora las formas y texturas de su materia prima favorita: el mármol.

Con un pincel dos veces más largo que sus brazos, Pablo Atchugarry dibuja unas líneas rectas sobre un bloque de mármol de varias toneladas bajo el cielo azul de la campiña uruguaya. Más tarde, tiene una amoladora entre sus manos y unos protectores de vincha le tapan los oídos. Su cara está oculta por una máscara que le cubre la nariz y la boca. Su cuerpo, envuelto en una nube de polvo. La rueda de metal perfora los trazos marcados y los transforma en huecos que luego va a tallar con un martillo y una gubia.

Atchugarry es un escultor nacido en Montevideo hace 70 años, con una vida que transcurre entre Lecco y Manantiales desde hace más de cuatro décadas. Su obra fue expuesta en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, el Palazzo Reale Milano, la Opera Gallery de Singapur, el Museo Oscar Niemeyer de Curitiba y el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, además de formar parte de espacios públicos de América Latina, Estados Unidos, Europa y los Emiratos Árabes. Empezó a pintar desde muy chico. Su papá también pintaba, como hobby. “A la edad de 8 años empecé con algunas pinturas al óleo, témperas, dibujos sobre papel y cartón. Pintaba cuando mi padre lo hacía”.

Las obras de este artista son monumentales por su altura y peso —Obelisco del tercer milenio (2001), emplazada en un espacio urbano de la provincia italiana de Údine, es una pieza de 6 metros de alto y 33 toneladas, por ejemplo—, pero también por la potencia de sus figuras abstractas y misteriosas, de líneas rectas y curvas, construidas en materiales fuertes y resistentes, casi eternos, que se elevan al cosmos, como divinidades. Una característica que las acerca al arte clásico, con sus dioses en mármol de Carrara. Material que es de sus favoritos, al que llegó más tarde: “Fue como encontrar el amor verdadero”, dice.

-¿QUÉ ENCUENTRA EN LOS MATERIALES QUE USA EN SUS OBRAS?

-Al principio me manifesté a través de la pintura y el dibujo. Luego, aparecieron otros materiales: el cemento, el hierro, la madera, la plastilina. Ahí empecé a descubrir mi interés por la escultura. Estos primeros trabajos estaban también muy ligados a la figuración. Hacía las mismas cosas que pintaba, las reinterpretaba a través del volumen. Eran materiales comunes, que encontraba muy fácilmente, y por lo tanto podía experimentar con ellos.

Sus esculturas parecen livianas. Trabaja el mármol como si fuera el pliegue de una tela. Las rodillas de María, en su versión de La Piedad (1983) —la obra de Miguel Ángel en la que la Virgen carga sobre sus piernas el cuerpo muerto de Cristo, como a un niño— se parecen a los telones de un escenario teatral. En ella, la figuración aparece simplificada: ya empezaba a revelarse su camino hacia una poética abstracta. Esta pieza, como cada una de sus obras, nació de un bloque que él mismo seleccionó en las canteras de Carrara.


-¿CUÁNDO APARECE EL MÁRMOL?

-A través de una lección de la escuela cuando tenía 12 años y tuve que hablar del mármol de Carrara. Pero tuve la ocasión de encontrarme con él para realizar mi primera escultura en ese material en 1979, hace 45 años. Ahí descubrí lo que era la importancia de la luz en este elemento. Y la relevancia de esta materia clásica, que fue trabajada por los etruscos, los romanos, y todo el Renacimiento italiano hasta nuestros días. El mármol es un nexo con el arte de todos los tiempos. Desde el arte clásico, pensemos en Fidias en el siglo quinto antes de Cristo, o el arte cicládico.

Las cavidades son una presencia frecuente en el trabajo escultórico de este artista: cuerpos de gran tamaño y líneas orgánicas con dos, tres, cuatro orificios en su interior. Agujeros que dejan a la vista todas las caras del objeto, acentúan su tridimensionalidad y recuerdan un poco a los huecos en las obras del británico Henry Moore. “El hueco es una ventana abierta, una forma en negativo”, revela Atchugarry.

-¿CUÁLES SON TUS INFLUENCIAS?

Podría decir que los que más me influenciaron son Pablo Picasso, Joan Miró, los artistas del 1900, como Constantin Brâncuși, Jean Arp, que lograron hacer una síntesis del trabajo, una revolución en la forma, y actualmente los sigo admirando porque han dejado un signo muy importante en el camino que ha servido para otros artistas.

Atchugarry es también el autor intelectual de un espacio hipnótico, “desde donde se ven las arenas blancas y se percibe la fuerza del Atlántico”. Se trata del Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), inaugurado en 2022, en el kilómetro 4,5 de la ruta 204 del departamento uruguayo de Maldonado. Un predio de 45 hectáreas, patrocinado por la fundación que lleva el nombre del artista, y alberga un edificio imponente de carcasa curvilínea, que se eleva sobre el llano y los terrenos ondulados, ideado por el arquitecto Carlos Ott. A su alrededor, el espacio verde se abre hacia un parque de esculturas inmerso en la naturaleza: un entorno onírico para la contemplación de más de setenta obras de artistas internacionales y locales como Gyula Kosice, Enio Iommi, Octavio Podestá o Alicia Penalba, entre otros. Un paisaje irreal de lagos, pinos, cipreses y eucaliptos, sacado de un libro de cuentos.

-¿CÓMO SURGIÓ EL MACA?

-A través de la experiencia de la Fundación Pablo Atchugarry, que empecé hace 19 años: un lugar de encuentro para artistas y para público en general. El MACA tiene una base muy importante en la naturaleza y fue evolucionando hasta su realización con el extraordinario proyecto arquitectónico de Carlos Ott. Vivo desde hace 45 años en Italia, pero siempre estuve muy ligado al Uruguay.  Sobre todo a esta zona del este. Este museo, a diferencia de muchos otros, está en la campiña, en los campos ondulados del Uruguay, lejos de una ciudad, por lo que hay que ir expresamente para hacer una visita. Esto marca el interés del espectador, que no se encuentra con el museo, sino que va hacia su encuentro.

-¿CUÁLES SON TUS PROYECTOS HOY?

-Actualmente estoy trabajando en obras no solamente en mármol, que es mi compañero de viaje por excelencia, sino también en maderas de olivo. Olivos que se han muerto o secado a través de trasplantes —o de una muerte inducida por la presencia del hombre— a los que trato de darles una nueva vida respetando mucho la creación de la naturaleza misma. Intento que puedan contarnos toda su experiencia de vida, los años y, a veces, los siglos que han pasado.

Fotos: Cortesía de MACA

Texto: Vivi Vallejos

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