Edición Nº184 

Epopeya en lo alto de otra cumbre

En la altura de una nueva cumbre, en un terreno ubicado a una distancia prudencial de rutas y playas paradisíacas, la ilusión de crear un espacio de encuentro inspiró esta […]

En la profundidad del campo uruguayo, el camino de acceso bordea los palmares en un ascenso constante hasta llegar a la altura máxima, donde está la casa. Las piletas se asentaron removiendo el terreno rocoso con máquinas excavadoras y trasladando grandes piedras desde las canteras existentes en la propiedad.

En la altura de una nueva cumbre, en un terreno ubicado a una distancia prudencial de rutas y playas paradisíacas, la ilusión de crear un espacio de encuentro inspiró esta aventura. Una epopeya, como la describe su propietario, en la que no participaron arquitectos ni ingenieros, a pesar del paisaje rocoso y complicado, alejado del progreso y habitado por palmares y montes de lapachos. Fueron suficientes la determinación de los dueños y la experiencia de un grupo de colaboradores de toda la vida para reformular una construcción preexistente, a la que se le modificaron fachadas y aberturas, añadieron chimeneas y dotaron de una simplicidad encantadora a los interiores. Junto a los muebles y objetos, que en gran parte son recuerdos de familia y otras piezas adquiridas en el tiempo, el arte es un elemento constante. 

El tapiz verdure francés del siglo XVII se acomoda entre las dos bibliotecas con libros y recuerdos familiares. Litografías de caballeros de la imprenta Turgis y, sobre el piano Steinway & Sons, aves embalsamadas por Juan Carlos Trejo Lema.
Escultura de Mariano Pagés y óleos de la costa de Colonia del artista Lucas Rocino. “Buena parte de los objetos son recuerdos de familia que han encontrado su espacio en esta casa, me encanta el lugar que ocupan. En rigor no se termina nunca pues siempre todo se puede mejorar”, dice el anfitrión.
Los muebles fueron diseñados y ejecutados por un carpintero local. El mapa ilustra la región donde está el campo y los cuadros ecuestres provienen de antiguos libros de grabados militares, pertenecientes al bisabuelo del dueño. La colección de piedras fue seleccionada en una estancia en Durazno, Uruguay.

Los veranos transcurren en contacto con la naturaleza. Los senderos por donde hacen caminatas fueron dibujados por los mismos dueños dentro de los montes. “Nos entusiasma recorrer el parque, hacer podas y arreglos, abrir senderos y poner en valor los árboles más importantes, agregando especies nativas como jacarandá y lapacho”, cuenta el propietario. Se trata de dejarse llevar por la cadencia del tiempo, que en lo alto de la cumbre suele transcurrir despacio.

La superficie y los techos de la casa original no se modificaron, pero el resto cambió completamente. Dice el propietario que “los veranos en familia son libres y cada uno hace lo que quiere, hay una total falta de protocolo. Solo se respetan los horarios de las comidas. El que quiere puede incursionar en la cocina”.
La mayoría de los muebles ocuparon la casa que el dueño tuvo durante décadas en otra extensión de campo uruguayo. Guiado por su espíritu libre y emprendedor, un día encontró esta propiedad alejada del ruido y resolvió que era el momento de empezar un nuevo proyecto.
Los jazmines y oleas fragans durante el día, las damas de noche cuando cae el sol: en la galería predomina una variedad de aromas. Los pisos del exterior son de lapacho brasilero.

Nota completa disponible en la edición Nº184 de D&D.

CREDITOS

PH: Arq. Daniela Mac Adden

Producción: Mora Lorenti

Texto: Marina Aranda




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