Arte Edición Nº 201 Entrevistas Retrato
POÉTICA DEL VACÍO
Recorridos de una ceramista Lo cotidiano resignificado Eugenia Bracony, creadora de Cajonera Cerámica, combina técnica, concepto y experimentación en piezas de autor que también son pequeños rituales de contemplación Por […]
Recorridos de una ceramista
Lo cotidiano resignificado
Eugenia Bracony, creadora de Cajonera Cerámica, combina técnica, concepto y experimentación en piezas de autor que también son pequeños rituales de contemplación
Por Eliana Giudiche
El trabajo de esta artista visual a menudo desafía la dureza del material, logrando formas que parecen fluidas y orgánicas. Eugenia utiliza la técnica del churro o coiling, un método milenario de la cerámica tradicional para abordar el vacío, la fragilidad y el equilibrio, construyendo así un universo de texturas y sombras.

Nacida en Växjö, Suecia, en 1983, de padres argentinos, regresó al país a los cinco años para establecerse en Paraná, Entre Ríos. Artista y profesora de cerámica por el Instituto de Cerámica de Avellaneda Emilio Villafañe, se mudó a Buenos Aires en 2003 para dedicarse exclusivamente a la cerámica y aquí creó su marca Cajonera Cerámica.
Entre sus reconocimientos se destacan el 2º Premio en el 103º Salón Nacional de Artes Visuales, el 1º Premio del Fondo Nacional de las Artes y su participación en residencias internacionales como Künstlerhaus Stadttöpferei Neumünster, en Alemania (2017), y Sala de Máquinas, en Madrid (2020). Fue la única seleccionada en su categoría para el premio Itaú y actualmente enseña en el Instituto de Cerámica donde se formó.

—¿Cómo es tu espacio de trabajo y qué necesitás tener cerca para crear?
—Es un poco caótico. Me considero una persona caótica, lo que me resulta gracioso porque mi obra transmite todo lo contrario. Tengo una amiga que vio una pieza mía en arteba y comentó: “Si supieran el lío que es el taller…”. Pero a la vez, necesito el orden para poder trabajar. Hay una especie de ritual: tengo que empezar ordenando el espacio para pensar con claridad lo que quiero hacer. Cuando me alejo de mi taller y voy a Paraná, lo que me falta es justamente eso: mi espacio de trabajo. Es el problema del ceramista.
—Este ritual que comentás, ¿es tu método?
—Exacto. Necesito orden y los rituales tienen que ver con esa búsqueda constante. Doy muchas vueltas buscando la herramienta que quiero, el agua que necesito, el banquito para poner el pie al tornear. Hay un montón de preparativos para entender lo que siento y ese no querer volver a parar mientras estoy creando.
—Tu trayectoria comenzó con objetos funcionales y transicionó hacia exploraciones más conceptuales. ¿Cómo fue ese proceso de descubrimiento del vacío como protagonista de tu obra?
—Hay un edificio en el barrio que me fascina: una gran estructura de hormigón sin terminar. En su momento, cuando pasaba en tren o colectivo rumbo a Avellaneda para estudiar, me quedaba contemplándolo. En ese ir y venir había algo que me cautivaba, pero me costó entender qué era. Finalmente comprendí que era esa gran mole atravesada por el vacío. Podía ver a través de ella, y cuando me movía en el espacio, esa estructura parecía moverse conmigo. Las líneas se iban superponiendo y el enrejado se movía como si estuviera vivo. Eso me atrapó. En contraposición con la cerámica que veía, siempre más cerrada, me pregunté: ¿cómo hago para que el espacio entre en el material? No hay un límite claro entre una cosa y otra…
—¿Fue una decisión consciente explorar conceptos más abstractos o algo que se dio naturalmente?
—Se fue dando naturalmente. La parte conceptual se fue armando a través de los años. Trabajaba muchas horas en el taller —era mi única ocupación— y llegué a conectar con el material desde otro lugar: con la temporalidad, con mi cuerpo, con el pensamiento. Hay todo un trabajo de estar solo con uno mismo.
Por otro lado, me enfermé. Hacía producción seriada y mi cuerpo me dijo que no, que no estaba siendo saludable. Cerré los locales donde vendía —en San Martín de los Andes, el Chaltén y Buenos Aires— y me dije: “No estudié esto para enfermarme tan joven”. Corté y empecé a repensar Cajonera desde cero.
—¿Cómo fue ese repensar Cajonera Cerámica?
—El último corte que hice en mi proceso fue sacar toda la decoración de mi obra. El utilitario que hacía antes era muy decorativo y ahora me vinculo con la forma pura. En medio de toda esta transformación apareció la obra conceptual. Necesitaba algo más abstracto, pero ambas cosas dialogan y son parte de mi trabajo.
—La relación entre el vacío y la materia es algo que está presente en toda tu obra y en tu manifiesto. Lo describís como algo “sensual y violento”, ¿podrías detenerte un poco en ese pensamiento?
—Claro, hay una idea muy interesante en cerámica: cuando hacés un objeto totalmente cerrado, siempre te indican que le hagas una pequeña perforación porque ese objeto está lleno de vacío. El vacío ocupa espacio.
—¿Qué pasa si no le haces esa pequeña perforación?
—El vacío que está dentro no es reducible, no se achica. En cambio, la arcilla cuando se seca empieza a reducir su tamaño, pierde agua. Si no le hacés ese agujerito, el espacio interior es irreductible y alguien tiene que ceder. El vacío nunca cede: la que cede es la materia. Se raja para que pueda salir.
Me fascina esa idea del vacío como elemento poderoso que puede rajar el material: juego con la fragilidad del material y el vacío como elemento disruptivo y transformador que está en todos lados.
—En un contexto donde el resultado final a menudo prima sobre el camino, ¿qué valor tiene para vos mantener esa perspectiva del proceso como protagonista?
—Primero, todo el tiempo es proceso. No existe resultado final: lo que hay son vestigios de un proceso continuo. Si ves mi obra o mi utilitario, encontrarás objetos que hablan de mi momento histórico, de mis búsquedas personales, incluso de estados anímicos. Son vestigios de mi proceso personal. En la obra es lo mismo. Hay una pregunta que empiezo a hacer tímidamente y voy creciendo sobre ella. Nunca dejo de estar pensando ni de estar en proceso constante. Por eso no me interesa el final. ¿Cuándo llega? ¿Por qué tiene que llegar?
Lo que propone Cajonera es entender que los objetos que consumimos deberían resignificar lo cotidiano: el presente como manera de entender al mundo. Que ese momento aparentemente insignificante de tomarte un desayuno sea en una taza de un artista que te gusta, hecha con la arcilla de un lugar que te interpela. Convertir ese instante efímero en un pequeño ritual: un regalo a vos mismo para recordar que estamos en tiempo presente de forma constante.
—¿Hay nuevos materiales o técnicas que te interesan explorar?
—No me pasa con materialidades que no sean cerámica. Sigo enamorada del material. Si hay cansancio, es un límite mío, no del material. Hay que encontrar la manera de sorprenderse nuevamente en un lugar que has transitado tantos años.
Estoy coqueteando con el dibujo. Dibujo bastante para mi proceso y hago unos mapas que son como moldes. Está empezando a aparecer en mis muestras y me gusta, pero no significa que me haya aburrido de la cerámica. Es otra materialidad que puede jugar con ella, pero la cerámica sigue siendo primordial.
—Tenés una beca para ir a China, un país con tradición ceramista milenaria. ¿Qué esperás de este intercambio?
—Ir a China es como ir a la meca: cumplir una fantasía. Quiero encontrarme con las personas que llevaron esta materialidad al límite. Tienen hornos enormes, materiales increíbles: es la capital de la porcelana. Es como jugar con los juguetes que siempre quise.
—¿Cómo creés que el encuentro con las técnicas y filosofías orientales puede influir en tu investigación sobre el vacío?
—Seguro va a influir, pero no lo sé. Eso sería un exceso de futuro, ¿no?


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