Vidrieras / Gunter Dillenberger

El nombre de los cortinados

Texto: Marina Solanas

Fotos: Emma Livingston

No tuvieron que empezar de cero, pero sí hacer frente a numerosas crisis, adaptarse a cambios una y otra vez, detectar oportunidades, innovar, crear y, tal cual lo hacen los emprendedores, arriesgar. A Gabriel y Leonardo Dillenberger no les falta capacidad para tomar decisiones, ni para dirigir la empresa que su padre inició luego de emigrar de Alemania hace 70 años, previo paso por Bolivia. Corría el año 1948 cuando Gunter Dillenberger fundaba la empresa de cortinados, entelados y tapicería que lleva su nombre, inaugurando su trayectoria en el mercado argentino.

“Empecé a trabajar en el 80 y mi hermano un tiempo después” rememora Gabriel. “Cerca del 90 nos mudamos y nos ampliamos de 120 a 700 m2. Nosotros hicimos crecer mucho la empresa porque papá atendía solo clientes particulares, y nosotros nos ampliamos; prácticamente lideramos el mercado de la hotelería, por ejemplo. Entre nuestros clientes se encuentran el Palacio Duhau Park Hyatt, el Hilton, Sheraton, Llao Llao, Sofitel, la cadena NH, como también la torre de YPF completa, entre otras muchas empresas. Ahora estamos terminando el Hotel Alvear”.

Al mudarse, asegura, comenzaron a darse nuevas oportunidades. Entre ellas, la restauración de los textiles del Teatro Colón en el 2007, proyecto emblemático si los hubo. Sin ánimo de quitarle mérito al fundador –“papá ya tenía su trayectoria y era muy conocido en el rubro”– fueron dejando los pequeños clientes para abocarse a resolver problemas de los grandes, “esos proyectos que nadie quiere hacer; lo que es problemático, pesado, complicado, nosotros lo hacemos.Trabajamos para que funcione, buscando la diferencia. Desarrollamos soluciones. A muchos de los productos, los fabricamos y vendemos solamente nosotros. Hacemos cosas que nos gustan, que sirven; inventamos y nos divertimos”. Un plural que los hermanos Dillenberger hacen extensivo a todos sus empleados, un grupo de profesionales altamente calificados que comparte la filosofía de trabajo orientada siempre a la satisfacción del cliente. Además, es la labor de toda una vida la que tienen en común: “La mayoría de los que trabajan acá tiene 35 días de vacaciones, y ninguno menos de 21. Son años de conocernos, como una gran familia”. Y no es un decir.

Como tampoco lo es asegurar que son los mismos dueños, Gabriel y Leonardo, quienes atienden, asesoran y guían personalmente a los clientes. “Es así como arrancamos una relación y terminamos con un vínculo. El cliente tiene que confiar en nosotros porque lo que vendemos es algo intangible, no se ve hasta que se lo entregamos. Y aunque nos adaptamos a sus necesidades, es todo un proceso”. A la instalación final seguirá el mantenimiento: “Retiramos, lavamos, planchamos y volvemos a colocar. Mantenemos el producto en el mismo estado del primer día”, explican.

El clima de trabajo que describen se perciben en la fábrica y en el espacio –bien decorado– de las oficinas, donde un ambiente cálido de hogar da ganas de estar y quedarse. Un espacio que vio llegar cada día al fundador hasta sus últimos días. “Papá cumplía su horario. Hacía trámites o simplemente se sentaba ahí y nos observaba hacer”. Emprendedores, trabajadores, padres, hermanos, son Gunter Dillenberger & Hijos. Y son las mejores manos.

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