Entrevistas 

La arquitectura del paisaje

Entrevista Arturo Grimaldi Por Marina Gambier Fotos gentileza Estudio Grimaldi Muy convencido fue a inscribirse en el Ciclo Básico Común para cursar Derecho cuando una emoción repentina torció para siempre […]

Entrevista Arturo Grimaldi

Por Marina Gambier
Fotos gentileza Estudio Grimaldi
Muy convencido fue a inscribirse en el Ciclo Básico Común para cursar Derecho cuando una emoción repentina torció para siempre esos planes. Ya no sería abogado. Desde que ingresó a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA nunca más tuvo dudas, al contrario. Cada obra confirma aquel golpe de timón.

Arturo Grimaldi conduce su propio estudio asociado a Leonardo Natch, es Director de Proyecto en Consultatio y, vale aclarar que fue uno de los responsables de la reciente transformación de la planta baja del Malba. “En esa época sorteaban la sede del CBC según la letra del apellido. Me tocó Ciudad Universitaria, en el Pabellón 3 de Arquitectura. Cuando llegué, en vez de entrar por el subsuelo subí la escalera y aparecí en el patio central del edificio. Ese día de casualidad había una entrega de trabajos. Me pasó algo especial, por no decir metafísico. Había una energía muy particular en el ambiente. Empecé a subir las escaleras, a caminar por los talleres del primer piso, por el segundo… Cuando estaba haciendo la fila para anotarme empecé a sufrir una crisis vocacional. Quería seguir experimentando esa emoción. Me dieron el formulario y sin pensar puse Arquitectura. Así de simple” recuerda, con la misma certeza de aquel minuto premonitorio. “Era sin duda lo que quería y lo que quiero seguir haciendo. A los 22 años hice mi primera obra. Estaba en tercer año de la carrera.”

Antes el camino de un arquitecto empezaba por una red clientelar de parientes y amigos. Hoy los concursos internacionales parecen ser la alternativa para entrar al mercado, ¿es así?
Yo tuve mucha suerte. Sin tener el título me habían encargado una casa, y encima el cliente nos daba una absoluta libertad formal para desarrollar la arquitectura que quisiéramos, con todo el riesgo que significaba siendo estudiantes. Eran los padres de un íntimo amigo, sí, pero atravesaban un mal momento económico, teníamos bajo presupuesto y mayor responsabilidad. Entonces no cobramos los honorarios de hoy. Teníamos un interés sumamente genuino y altruista. Aquello fue muy atípico y estresante, pero una gran oportunidad para debutar en la profesión. Ahora presentar proyectos en cualquier parte del mundo es fácil gracias al acceso a todas las sociedades centrales de arquitectura. El concurso es una buena gimnasia por su dinámica, pero no sé si es sinónimo de éxito profesional o que garantice estar a tono con la problemática contemporánea de cierto tipo de arquitectura. Con mi socio somos anti concurso. Jamás participamos. Estamos muy enfocados en construir, especialmente en Uruguay, porque el Río de la Plata es un territorio motivador.
¿Cuál es la diferencia de construir allá y acá, sobre todo en términos del paisaje?
Los uruguayos son inteligentes, rigurosos y tienen mucho criterio. Los sistemas constructivos se parecen pero allá hay rubros mejor desarrollados, como la carpintería, entre otros, quizá por la exigencia que genera el nivel socioeconómico de los comitentes o clientes. Eso ayudó al perfeccionamiento de un oficio artesanal que no perdió su esencia. Montevideo, en cambio, tiene un sistema parecido al de Buenos Aires, a mayor escala y más comercial, pero la arquitectura de balneario permite ciertas licencias a la hora de relacionar espacios. Una parte de Punta del Este se densificó mucho, sin embargo fue creciendo bastante bien porque, dentro de la vorágine del mercado, se cuidó el tejido. La Intendencia de Maldonado protege la costa y su paisaje. Hay malos ejemplos, pero aun así está mejor que algunos balnearios bonaerenses donde se ven periodos más anárquicos que otros, con intenciones ideológicas y políticas que afectaron el paisaje. Eso no pasa en Uruguay. José Ignacio es un buen ejemplo. Es pueblo, no ves edificios de siete pisos ni escolleras de hormigón. Nuestros vecinos tienen un organismo del Estado que regula la arquitectura costera y eso, más allá de restringir el trabajo profesional, es positivo porque siempre una limitación termina siendo un desafío.
¿Qué rasgos de la geografía local definen a la arquitectura argentina?
Tiene que ver con La Pampa, el Norte, el Sur, el Litoral. Quizá no es tan estridente y voluptuosa como la de Brasil, pero su identidad es fácil de reconocer. Hay periodos y periodos, momentos históricos, pero Buenos Aires con sus alrededores, su llanura y su río, conforman un paisaje más bien anónimo y difícil de controlar por sus características, lo que ha estimulado una arquitectura en sintonía. Es muy notorio en la obra de Amancio Williams, por ejemplo, uno de nuestros grandes arquitectos. Tanto en casos de vivienda social, casas, edificios o en su aeropuerto en medio del río, trató de hacer algo inteligente con el entorno. No es casual que Le Corbusier lo considerara uno de sus discípulos con mayor creatividad, no así Niemayer. Este país dio excelentes profesionales como Ernesto Katzenstein, Horacio Baliero, Clorindo Testa en su periodo brutalista, Mario Roberto Álvarez y más acá en el tiempo Rafael Iglesias, un arquitecto de elite que entendió como nadie su territorio. Basta ver Rosario y su río Paraná. Hoy están Nicolás Campodónico, la dupla Adamo Faiden, Mariano Clusellas, Becker Ferrari, y tantos que hacen cosas interesantes.
Respecto de la dinámica urbana y las nuevas formas de habitar, la expectativa de vida creció y los millenials tienen otras necesidades ¿cómo se traducen esos fenómenos en los planos?
Hay ciertos comportamientos socioculturales que están cambiando la manera de vincularse con el espacio interior. Las parejas de mi generación y de mi grupo social ahora esperan varios años para tener hijos, y como máximo tienen dos, o uno. Eso obliga a pensar en el ordenamiento y el diagrama, es una transformación funcional. Pero también los cambios climáticos afectan a la vivienda y sus sistemas, incidiendo directamente en el planteo. Existe una conciencia de que las temperaturas están llegando a máximos preocupantes, entonces debemos pensar mejor cómo refrigerar y calefaccionar la casa, en su ventilación. Creo que la verdadera arquitectura, la saludable, lo sabe desde siempre: la vivienda necesita estar bien orientada, protegida de ciertos vientos, los ambientes deben funcionar bien. La calidad y la tecnología de los materiales nuevos permiten libertades que antes no teníamos, pero volviendo a la pregunta me parece que si queremos un país serio tenemos que hablar de la vivienda social. Yo soy un afortunado porque formo parte de un reducido grupo de personas que puede vivir cerca de su trabajo, en un lugar de proporciones agradables, con un balcón para disfrutar del exterior etc. etc. Pero mucha gente no. Como sociedad tenemos un déficit de vivienda monstruoso que ojalá se pueda equiparar en estos años.
Hay una generación de arquitectos que sigue concentrada en hacer su gran “obra”, hoy los jóvenes parecen estar más sensibilizados con ésa causa, y otras
Bueno, nuestros países limítrofes están mucho más desarrollados en esta problemática. No es casualidad que Chile tenga un premio Pritzker, y no lo ganó un manierista con un discurso exótico. Alejandro Aravena hace arquitectura para la gente, da un servicio. Por eso lo premiaron. Su proyecto de vivienda social es impactante no solo por la belleza plástica del conjunto sino por la idea y la solución, por cómo entiende al habitante en su contexto y en cómo se proyecta ese individuo para mejorar su espacio, porque el producto terminado es un patrimonio que le dará otra posición en el estrato socioeconómico. Además de estabilidad, Chile tiene buenos sistemas constructivos que facilitan esa arquitectura. Brasil también. En Argentina no supimos pensar en la vivienda desde lo académico, lo político y lo económico. Todos somos todos responsables del déficit actual.
El movimiento de las Tiny Houses, casas mínimas que son furor en Europa, que empezaron construyéndose para los refugiados y que acá serían reformuladas en mono ambientes de 20 m2, ¿podrían ser una respuesta al problema?
A una escala pequeña, en ciudades como Tokio, tiene sentido. Acá me parece absurdo. Los japoneses hicieron un culto de la flexibilidad y la administración de los espacios. El ambiente muta según el momento del día y eso no tiene que ver con amortizar el metro cuadrado sino que es cultural, están acostumbrados a vivir así porque el terreno lo exige. Esa tendencia tiene que ver con la economía. No me parece que necesitemos desarrollar viviendas de 20 m2 porque Buenos Aires tiene la posibilidad de extenderse aún más. Yo no me siento apretado pero, repito, soy un afortunado: vivo a diez cuadras de la villa 31, y cerca de oficina.
En ese sentido, ¿qué te parece la Villa Olímpica?
Además de conquistar un territorio olvidado, el haber pensado en una sociedad integrada, de usos mixtos, y tomar el deporte como mecanismo de integración, es muy positivo. La Villa además tiene un centro infantil extraordinario. Hoy en el Gobierno de la ciudad trabaja un equipo de arquitectos comandado por Álvaro García Resta y con Martin Torrado al frente que sin duda dejará huella cuando dentro de 20 años se haga una lectura de este periodo de la ciudad y sus proyectos. Junto con el estudio Adamo Faiden y Mariano Clusellas hicieron un desarrollo tipológico de las escuelas que es fantástico. Dios quiera se construyan. Todos los edificios de la Villa Olímpica fueron diseñados por estos profesionales con un criterio muy claro, eficiente y preciso.
¿Es arquitectura sustentable?
Se tiende a creer que lo sustentable son el panel solar y el ahorro de energía, pero sustentable es que las cosas estén bien distribuidas y diseñadas para que la gente pueda funcionar civilizadamente en un contexto urbano. Con la jerarquía de las calles, el transporte urbano eficiente, etc. El reúso del agua y esos gadgets están bien, pero la clave es integrar la ciudad. La calidad de vida pasa por estar cerca de tu trabajo. Es un cambio de paradigma.
El Sur de la ciudad es escenario de nuevos proyectos, algunos reñidos con el patrimonio y los intereses de los vecinos, ¿así es compatible la arquitectura con el negocio inmobiliario?
Tiene su pro y su contra. Si se pone en valor una zona, el mercado va a querer arrasar con todo. Pero balancear es importante para que puedan darse ambas cosas, que el mercado crezca y el barrio se desarrolle. Los conflictos de intereses son naturales y entender el sur como un polo cultural es una política inteligente, bien pensada. Y si al fin sanean el Riachuelo, va a ser alucinante.
Con tu socio llevan 20 años juntos, ¿cuál es la fórmula?
Cada uno tiene su rol, como en cada sistema creativo. Hay momentos felices, otros no tanto. Es una relación muy simbiótica porque nos conocemos mucho, sabes qué piensa el otro, todo el tiempo estás buscando su mirada crítica, y su crítica no es lo mismo que la de los demás. Es un ida y vuelta permanente. Somos lo más parecido a un matrimonio.

 

 

 

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