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El valor de las antigüedades
D&D convocó a referentes del diseño y el arte para dialogar junto a Fini Travers, fundadora de la revista, sobre el significado cultural y afectivo de las piezas antiguas. La […]
D&D convocó a referentes del diseño y el arte para dialogar junto a Fini Travers, fundadora de la revista, sobre el significado cultural y afectivo de las piezas antiguas.
La impronta de un objeto cargado de historia es también un desafío para las nuevas generaciones. La experiencia sensorial que se pone en juego al descubrir una pieza de época es única. Mientras el vértigo y los estímulos digitales 24/7 marcan el signo de los tiempos, estos tesoros del pasado cobran cada vez más valor. ¿Por qué?
D&D reunió a expertos en el tema: arquitectos, interioristas, anticuarios y coleccionistas para reflexionar sobre la potencia de estos testimonios materializados en esculturas, obras de arte y mobiliario que encierran una narrativa única. Javier Iturrioz, Martín Zanotti, Paula D Elia, Gonzalo Bruno Quijano, Roxana Punta Álvarez, el coleccionista de arte Eduardo Mallea, y Juan Nelson, asesor de arte para la casa de remates Saráchaga, conversaron con D&D sobre la importancia de transmitirle a los protagonistas de la nueva generación el valor simbólico, patrimonial y sensorial de las antigüedades.
Desde conectar con la memoria familiar o la identidad colectiva hasta explorar técnicas y oficios ancestrales. Desde apreciar detalles que marcan estilos hasta descubrir dinámicas culturales y relatos cargados de memoria emotiva. “Cada vez son más los jóvenes que se acercan con interés por conocer el valor patrimonial de las piezas y buscan asesoramiento. También están atentos a las estrategias de conservación”, dijo Juan Nelson.
Para Fini Travers, de D&D: “Nuestro país cuenta con importantes casas de antigüedades que reciben clientes del exterior en busca de oportunidades. Sería auspicioso que las nuevas generaciones concurrieran a ellas en busca de aquello que, al unir tradición y vanguardia, le dé al lugar donde viven esa impronta genuina y personal”.
Con estos ejes –conservar y difundir—surgen oportunidades para adaptarse a estos tiempos. “Cambiar la mirada y observar las transformaciones culturales es clave para potenciar la historia visual, el diálogo que establece un objeto a nivel vivencial y los relatos familiares que contribuyen a poner en valor una pieza. Las antigüedades son eternas”, señaló Travers.
En tanto, para Roxana Punta Álvarez, arquitecta e interiorista, la clave es “jerarquizar los objetos. No se trata de abarrotar el espacio, sino saber qué elegir y cómo darles prestigio. En mis proyectos siempre incluyo elementos clásicos porque potencian los ambientes. Soy muy respetuosa de las elecciones de los clientes, sobre todo cuando quieren conservar un objeto. Porque hay muebles que no se compran, se heredan”, explicó.
“Se registra un cambio de paradigma desde la época de la pospandemia, cuando comenzamos a conocer a los nuevos clientes, hijos de los exasesorados que supieron transmitir ese interés”, apuntó Nelson. “Pero no todos se arriesgan”, marcó Javier Iturrioz, arquitecto e interiorista con proyectos de lujo en Argentina y en el exterior. “Es interesante el movimiento que está surgiendo en Europa, donde se registra una educación temprana con respecto al valor histórico de este tipo de piezas”, dijo. Y agregó: “En Buenos Aires, en tanto, celebro la movida de las Galerías Larreta, que resurgieron como espacio de arte para públicos nuevos. La zona de Retiro está viviendo un buen momento en este sentido”.
Por otra parte, el arquitecto e interiorista Martín Zanotti, dio detalles sobre el trabajo quirúrgico que representa la restauración y remodelación del icónico Hotel Plaza, construido en 1909, que se transformará en un exclusivo complejo de residencias y un nuevo hotel. “Se respetará el espíritu de las piezas originales que coincidan con los parámetros que establece la Dirección General de Patrimonio. Aunque quedaron pocos objetos originales del hotel, pudimos conservar algunos emblemáticos. La operación de arquitectura y diseño se basa en la limpieza de ornamentos para llegar a una estética racionalista”, explicó.
El diálogo entre los hoteles, los edificios corporativos y los bancos con piezas de época resulta clave. Sobre todo para la arquitecta Paula de Elia, responsable, entre otros proyectos, de las oficinas de Mercado Libre en Buenos Aires y San Pablo. “Se registra cierto vacío en el mundo corporativo, aunque esta problemática no se da tanto en los nuevos hoteles ni en las empresas de tecnología, que sí quieren conservar la huella. Lo hacen a través de experiencias artísticas y colaboraciones con los protagonistas de la escena actual”, dijo. Y agregó que hoy la cultura retro, o vintage, está volviendo: “Se ven muchos fans de cámaras analógicas y coleccionistas de discos de pasta. Hay nuevos grupos generacionales interesados en recuperar objetos de otras épocas”.
Eduardo Mallea y Cecilia Perazzo atesoran una colección de arte argentino de los siglos XX y XXI. Comprendida por pinturas, esculturas y obras en papel, los coleccionistas enfocan su búsqueda en «narrativas que se vinculan con la historia social, emocional y política de Argentina». En base a este planteo conceptual deciden la compra de obras, “además de que muchas veces lo hacemos desde la intuición», coinciden. «Lo político, lo popular y lo espectral se anudan y abren desde una perspectiva telúrica que se manifiesta en los rasgos más recurrentes de las obras: lo pasional, lo dramático, lo grotesco y lo oscuro, que resuenan como ecos dentro de nuestro territorio”, concuerda la pareja.
LA CÁPSULA DEL TIEMPO
¿Qué objeto, obra de arte o equipamiento incluirían en una cápsula del tiempo? ¿Cómo eligen piezas que representen la identidad argentina y que hablen, a la vez, del paso del tiempo en términos estéticos? Los protagonistas de la mesa impulsada por D&D responden.
Mobiliario de Cristián Mohaded (Eduardo Mallea)
Piezas de Alberto Churba (Javier Iturrioz)
Un cenicero de época que represente un objeto de uso (Juan Nelson)
Un auto Pininfarina (Roxana Punta Álvarez)
“La pileta”, obra de Leandro Erlich (Paula de Elia)
Y entre los objetos que más atesoran, eligieron: “El tapiz heredado de la familia” (Nelson), “los candelabros familiares” (Punta Álvarez), una obra de Oscar Bony (de Elia), una obra de José Gurvich (Iturrioz). En tanto, Eduardo Mallea atesora una pieza de Emilia Gutiérrez.
Finalmente, Gonzalo Bruno Quijano cerró la charla con una anécdota muy especial: “A los 12 años compré un Picasso. Mi papá me llevaba a pasear por galerías de arte. Mi abuela nos dejó dinero cuando murió. Y un día, a la salida del colegio, fui a consultar si me alcanzaba para comprarlo”. El hilo rojo que cose las historias personales con los objetos es infinito. Habla de una trama ligada a la memoria emotiva, no solo a la compulsión por coleccionarlos: a la conexión personal y la emoción por preservar una porción de la historia que resiste al tiempo.
Texto: Vivian Urfeig